Escribir es un acto de conexión. Es un puente entre lo que sentimos y lo que expresamos, entre lo que nos rodea y lo que imaginamos. Para mí, la escritura es como un amanecer: un proceso de transformación en el que lo oscuro se va tiñendo de luz, en el que la incertidumbre de la noche cede paso a la claridad del día.
Cuando escribo, me encuentro entre dos mundos. Por un lado, lo terrenal: la realidad, las experiencias vividas, las emociones palpables que se filtran en cada palabra. Por otro, lo espiritual: lo que no se ve pero se siente, lo que se intuye y se traduce en metáforas, símbolos y susurros de algo más grande que nosotros mismos.
La escritura nos permite ser testigos del instante, darle forma a lo efímero y convertirlo en algo eterno. Como el amanecer, es un recordatorio de que todo cambia, de que cada historia tiene un ritmo propio, una luz que se despliega a su tiempo. Hay momentos de duda, de sombras, de páginas en blanco, pero si seguimos adelante, si nos dejamos llevar, el sol aparece.
Escribimos para entender, para sanar, para crear. Para iluminar rincones oscuros de nuestro ser y compartir esa luz con quienes nos leen. Y en ese proceso, nos descubrimos a nosotros mismos, en la mágica intersección entre lo que somos y lo que soñamos ser.
Cada palabra es un nuevo amanecer. Cada historia, un horizonte que espera ser recorrido. ✨📖🌅